Había soñado mucho antes con ese día. Era sábado seis horas aproximadamente. Casi automáticamente desperté, antes que la mañana terminara de aclarar. Salte velozmente de la cama; no hubo necesidad de reloj despertador, ni que mi madre me llamara tan siquiera una vez. Todo lo contrario de los días de colegio, en los que mamá debía llamarme una y otra vez sin ningún resultado por la modorra cotidiana.
- Apenas pude pegar el ojo en la noche!
Me fui directo a darme mi ducha matinal y sin hacer mucho ruido empecé a preparar mi mochila. Ansioso miraba a mí alrededor registrando que no me faltara nada.
- Ya tengo todo listo!
Y salí silenciosamente, así como acostumbraba a salir Tom, mi perro, empujando la puerta suavemente para pasar inadvertido. Salí casi corriendo hasta la esquina. Y vi la cancha todavía vacía, sólo el rocío de la mañana estaba presente.
-Que pasó con Pedro –quedamos en encontrarnos a esta hora. Que boludo! Re caigue luego es!
Me puse entonces mi taquilla nueva y empecé a patear algunas gotitas de rocío imaginándome ya el goleador del equipo.
Recuerdo que tenía entonces 14 años y hacia apenas 3 meses, que practicaba en la canchita de mi Barrio, pero era la primera vez que jugaría como parte del equipo titular y como número 10, el sueño de toda mi vida, desde que conocí a Romerito y a Maradona mis ídolos del futbol.
Desde luego que converse con cada punta del arco y di una vuelta estrella mostrando mi buen estado físico. Dije también que sería estupendo ver a mi vecina Lourdes en las graderías.
Yo soy del equipo campeón! me decía, haciendo mentalización positiva, repitiendo una y otra vez esta frase como letanía.
Cuando llego el entrenador ya había terminado mi calentamiento. Y cuando llego Pedro ya estaba gritando mi primer gol imaginario y la platea gritaba en coro mi nombre, ya era el nuevo ídolo del futbol.
Lucia Valdez
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