Se levantó. Me miró a los ojos y me suplicó que la llevara a su casa.
Yo. Sed de ella. Sed de su dolor. Dolor que me saciaba. Dolor que la mataba.
Y esa fue la primera noche que la asesiné.
Laboratorio de Escritura
Labora, labora
Que no sólo hay inspiración y musa
para tu andamio de palabras
Labora con ideas viejas o nuevas
con rimas o sin ellas
Pero escribe,
escribe por que escribes
que sólo escribiendo
sabrás decir las palabras tuyas
o puede que te preste las mías
o que descubras en el útero de tu garganta
gritos silentes
o que detrás de una gitana
encuentres rebeldía nómada
Puede que detrás de unos pies descalzos
hasta las tumbas escondidas hablen
Labora, labora
que muchas palabras andan sueltas
necesitadas de discursos por ser hablados
por esperanzas a ser nacidas
por amores a ser amados
Escribe que puedes redimir pecados
Que puedes traer primavera a las culpas
Abrazos a las soledades
Labora
Laboratorio de escribientes
Que si escribes pueden resucitar los muertos.
Lucia Valdez
14-06-10
Un pequeño río de sangre que corre desde de una nariz que está encima de unos preciosos labios de carmín, carnosos y sensuales.
Ojeras profundas y oscuras como una cueva alrededor de unos ojos inmensos, verdes, soñadores.
Una indígena quitando el pecho afuera para darle de mamar a su hijo, dentro de la cosmogonía de un backstage, durante una jornada de grabación de una película sobre Artigas.
El arroyo de lágrimas que recorre todo el ante brazo de unas manos que se están tapando la cara para que nadie visualice ese llanto.
Un chorro de luz derramado por el sol que cae sobre el cabello de la cabeza de un niño de 5 que está aprendiendo a jugar pool con su amigo de 27 que está sentenciado a 4 años de prisión ahí en Tacumbú, donde en ese momento están jugando el juego de la bola del 8.
Una foto en blanco y negro, espontánea y honesta, de Mike Figgis dando indicaciones actorales a Nicolas Cage y Elizabeth She antes de filmar una escena de Leaving Las Vegas.
La Marilyn de Andy Warhol. Las manos de Bach y de Edith Piaf. Los días naranjas, amarillos, grises y azules. Los cielos turquesa, grises y rojos. Las auras fucsia, púrpura, violeta y lila. La imaginación de Cortázar. El humor de Tarantino. Los colores de Monet y Van Gogh. Los lentes de Lennon. Un video clip de los Smashing Pumpkins. La transgresión de Anais Nin. La excentricidad de Bjork.
La risa casi nerviosa de una joven cuyos ojos están hecho compotas e inundados de lágrimas.
Un dedo meñique masculino que toca a un dedo meñique femenino sobre un banco, en una plaza.
El tierno y sensual beso francés de dos mujeres.
Una boca masculina besando otro pie masculino.
Unas manos ancianas y femeninas acariciando el cabello castaño de una cabeza joven, masculina.
La perversidad inocente. La ternura oscura. La sensualidad sublime.
Poetry. Poesía. Poésie.
MARLENE SAUTU
¿Por qué escribo?
Contar, comunicar, cagarme de la risa, expresarme y manifestarme, ser, estar, sangrar, ser feliz, eyacular, llorar, transgredir, sufrir, volar, aparecer y desaparecer. Hacerle caso a los demonios blancos y a los ángeles negros que habitan en mi jardín de neuronas.
Escribo para contar y narrar lo que mis retinas ven, lo que mi corazón siente, lo que mis oídos escuchan, lo que mi alma percibe.
Similar a un vómito de emociones y sentimientos (de diferentes colores), la escritura, en el caso mío, se trata de una necesidad. La hermosa necesidad de tangibilizar las imágenes que mis ojos captan con cada disparo que realizo al parpadear y la enorme necesidad de hacerme responsable de lo que veo-siento-escucho- huelo-percibo.
Tal vez cuando hablamos por medio de la palabra oral, habla más la razón que el alma. En cambio, cuando hablamos por medio de la palabra escrita, habla más el alma que la razón. En la escritura, el alma no tiene dramas de desnudarse y tener sexo con las palabras (y tal vez hasta una orgía con los signos de puntuación) para luego escupir todo lo que le venga en gana, ya sean sapos o perlas.
Hay cuestiones que son universales pero siempre resulta altamente nutritivo escuchar o leer una historia que está contada desde otro punto, con otro lenguaje, otros colores, perspectivas, matices, ángulos, texturas, tonos.
Diane Arbus decía que ella sólo disparaba cuando sentía que su cámara iba a estallar. Y sí. Por eso escribo, en realidad. Para hacer click utilizando a las palabras cuando mi sensibilidad está a punto de explotar.
O mejor dicho, para ayudar a mi alma a desnudarse e insitarla a que le haga el amor intensamente al lápiz y a la hoja hasta que todos estallemos en un delicioso orgasmo.
MARLENE SAUTU
El gris es también azul
en el cielo de un lunes que no es viernes
El reloj acelerado
despierta a la rutina
y abre la puerta
a una mañana
blanca
y negra
que entristece
y alienta.
Las bolsas de hules,
al pie de un árbol joven deshojado,
se congregan
y se enredan
a los tacos agujas
de una ciudad
que huele a jazmines
en las esquinas abandonadas
y clausuradas.
En las aceras resquebrajadas,
en mitad de la multitud
una mano mendiga se arrastra
y la indiferencia
lo invisibilizaría,
mas los soles artificiales
atraviesan aquellos toldos.
Luz y flores en aquella mano
y en las otras
deja caer...
Suena el viento
y los balcones de los pisos de arriba
en las calles agitadas,
donde la poesía daltónica
no saben de semáforos
y atraviesa el tiempo,
infringe resoluciones,
protesta en las murallas,
se niega a sí misma,
huye de su propia naturaleza,
la hecha de palabras,
para hacerse carne inmortal
entre nosotros...
La poesia es todo eso
y
ese
infinito etcétera
que apenas sospechamos...
-liz-
Deslizando las manos sobre el algodón, liberé uno a uno los botones de mi disfraz. Lo tiré sobre una silla y me dirigí descalza al jardín.
Me vestí de luna, adorné mis cabellos con jazmines recién cortados y me coloqué pendientes de estrellas.
Fragante de veranos ardientes, aturdida de infinito me puse a caminar. Cada tac tac de mis dedos era un viaje de ida y vuelta al universo.
Aquella. La que yo era cuando no era. ¿Quién era?
Prisionera de un tirano de acero que palpitaba en sus muñecas con los latidos eternos del tiempo. Bajo su blusa palpitaba otra.
Nos mirábamos cada mañana mientras yo desprendía los jazmines de mis cabellos y ella se ataba una cola. Yo me desnudaba de mi vestido de plata y ella abrochaba su blusa y sujetaba su falda a su cintura. Terminaba por sacarme los pendientes estelares y ella se sumía a la dominación de acero y cristales.
Nos mirábamos largamente y sonreíamos. El café humeaba en la mesa del desayuno y el tic tac
Y yo quedé aquí, en el suspenso de la frase incompleta que ella dejó en esta hoja mientras iba a vivir mi vida.
Cimariel