martes, 6 de julio de 2010

El Tsunami del río Paraguay

Soy… ¿quién?, el mismo del ayer, pero hoy me pregunto, qué soy, dónde está mi nombre, dónde quedó. Un ayer en este exacto lugar sobre estas mismas huellas que ahora no están, contemplaba la lejana y distante línea yacente, imperceptible y perfecta cicatriz horizontal. Filoso límite que separa o reúne el principio con la espera o la espera con el fin. Partía mi mirada desde mis pies llevando a mi sombra como un caminante mágico sobre esta serena planicie de espejo grisáceo. A lo lejos, o no muy lejos quizás, un telón amenazante teñido con la mezcla de todos los colores o, la ausencia de ellos, ocultando detrás un enigma, que en mi mirar, a la vez que creía saber no sabía o, no quería saber. Nunca supe de mi permanencia en este sitio, me preguntaba, dónde estaría el tiempo, delante o detrás de mi. Vigilaba y cuidaba a mi sombra en su caminata hacía su temeraria curiosidad. El gran cortinado seguía cerrado, se dibujaban deformaciones en su vertical superficie, como controlando con bastante dificultad a impacientes presencias que aguardaban el momento para salir a escena. A mis espaldas mi ciudad, la misma, la de siempre, la de alguna vez, ella la de incontables sueños, la de sueños decretados, sitiados, engrillados, escamoteados, esperados y la de sueños sin dueños. Aun tengo la resonancia de aquellas campanadas arrastrando un sonido denso y tenso, envolviendo un anuncio oculto. Hoy que fue ayer, mañana que será hoy, de nuevo estoy ante esta grisácea y calma superficie contemplando y templando su silente resignación. Sigo en el mismo sitio sobre mis mismas huellas que ya no están. Sé que gritar, sentido no tendrá, respuesta no habrá, eco tampoco. Sólo me resta dibujar costosos contornos sobre esta arena huérfana, guardar en sus surcos recuerdos vestidos con voces de aquel instante sin medida, tragado por una inmedible carcajada de oscuridad Serán eternas mientras yazcan en y con sus propios atuendos, custodios de sus voces, gritos, ecos y silencios. Aun no sé si mi fuga se dio hacia un pretérito mañana o hacia un futuro ayer, sólo recuerdo que mis huellas ya estaban impresas, como esperando a mis acelerados pasos para caer exactos y precisos en ellas. En esa descontrolada fuga mi sombra se esforzaba por alcanzarme, mi memoria se adelantaba, los recuerdos lidiaban con el olvido. A mi paso incontables miradas me atravesaban desde sus miedos, centenares de gargantas se ahogaban en sus propios gritos, mudos en sus nudos, gestos esculpidos en muecas huecas, aleteos de ateos, clamores silenciosos de creyentes licenciosos, sorprendidos y encendidos ojos se apagaban, todo flotaba en un estridente silencio. Mientras anda y nada Adán, Eva de ave va, mudos y desnudos testigos en medio de preces y peces, cantos y llantos, bendiciones y maldiciones en esta ciudad, ahora sin edad. Su tiempo oscilante pende del incrédulo péndulo que señala a la negra y magra presencia, la de pesada hopalanga, sonámbula y elegante deambula. Parca monarca. No sé en que universo ocurrió. Si fue en el mío, el inverso, perverso, tal vez converso. Fui un nauta intentando guiar una esfera, una burbuja sin brújula, quizá de alguna insumisa bruja extraviada. De esa travesía desvariada, una sola postal he decido guardar. En el atrio de la sumergida catedral aun erguida, un beso se ahoga bajo una lluvia de arroz. Ahora, sobre mi sombra, presa en la oquedad de mis huellas del ayer, frente a este río, el de siempre, el mismo en el que, Sí, muchos se bañaron no sólo dos veces, nuevamente fluye pero no huye con su tropel de historias atropelladas custodiadas y odiadas en su memoria. Sobre su misma piel espejeante alejándose, sin dejar reflejo de su presencia, Ella la invencible, la sin tiempo, dueña de la guadaña infalible con su, también, atroz hoz de su voz susurrante reza “…sólo la destrucción es creadora”.

P.S: curiosamente estas últimas palabras no son de Ella, pertenecen a Mihail A. Bakunin.

Carlos Almeida

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