jueves, 15 de julio de 2010

Fue él. –Parece que nos vamos a encontrar en el infierno muy pronto- pensó. Ella huyó porque quería. Huyó porque no pudo disipar los gritos de aquella noche. El cuarto. Los besos. Los abrazos. Las caricias.-No quiero-. Él tenía sed de ella. Insistió. – ¡Basta!-.Siguió.-Tranquila, yo te cuido- -¡No! quiero salir de acá. Vamos-. ¡Nos quedamos acá! La tomó del brazo con fuerza. – ¡Soltame!- él la arrojó a la cama. Ella gritaba. Intentaba zafarse. Él la agarraba de las muñecas, aferrándola contra la cama. Ella pateaba estremecida del miedo. Él empezó. Ella gritaba. Él seguía más rápido. Ella lloraba. Él continuó más rápido, con rabia. Con rabia y una clase de amor que no era amor. Él tenía sed de ella. Sed de su dolor. Dolor que lo saciaba. Acabó satisfecho. La ropa en el piso. La ropa rasgada en el piso. Ella suplicó que la llevara a su casa.
Ella huyó. Huyó de esa noche. Juntó todo lo que tenía y fue a vivir del otro lado del mar. La verdad es que nunca lo pudo olvidar. Deseaba nunca en la vida volver a cruzarse con él.
Vacaciones de visita a sus padres. Coctel con amigos en un hotel y el pasado, 5 años después, la había encontrado de vuelta. Ella miraba en dirección opuesta, trató de ocultarse detrás de sus amigos. Algo estiró de su brazo. Él se acercó a saludarla. Elogio su belleza intacta a través del tiempo. Ella simuló esta a gusto con el encuentro y después de un poco de conversación él la invitó a pasear el fin de semana. Sin explicarse por qué, ella accedió.
Vestido violeta. Medias en red, zapatos con taco de metal y un sobre todo negro. Sonó el timbre. Fueron a almorzar a un hotel céntrico, cuyo restaurant estaba en la terraza desde donde se tenía una vista de la bahía del Rio Paraguay.
-Así que desde tu departamento tenés esta misma vista- dijo ella. – Sí, muy hermosa vista en verdad- Me gustaría conocer esa vista- continuo ella. – Cuando quieras-. -Vamos ahora, ya que está cerca de acá-.
Vino. Mucho vino. Besos. Caricias. -Un momento, tengo un regalo para vos- dijo ella. Fue a buscar su cartera. Sacó algo negro. Sacó una 38 envuelta en un pañuelo de seda negro. El revolver de color plateado resplandecía. Revolver que perteneció a su padre. Revolver que buscó esa misma noche que se había encontrado con él.
Él gritó horrorizado. -¡Callate!- exigió ella. -¡Callate o te mato ¡Callate o te mato hasta que te mueras! Él imploraba. Disparo. Un disparo en el estómago. –Te dije que te callaras- La sangre corría lentamente hasta llegar al piso. –Eso fue por el pasado-. Él empezó a gritar de nuevo. – ¿Como te atreves dirigirme la palabra después de lo que me hiciste?-. –Eso fue hace años y no fue nada. Éramos novios-. -¡Hijo de puta!-. Él en el suelo desangrándose. Patadas en la cara. El taco de metal se incrustó entre sus los pómulos y la mandíbula.
Ella contemplaba el cuerpo agonizante sin culpas. Estaba feliz. Esa escena era como la que había soñado a lo largo de los años. El olor a pólvora. El olor a sangre. Todo sacio su sed. Esperó hasta el último suspiro. –Si me encuentran me declaro inocente. Inocente de intentar salvar tu vida- dijo con una sonrisa al contemplar el cadáver frio con la mirada perdida en el vacio. –Sin dudas, tu muerte fue deliciosa-.
Limpió cuidadosamente la sangre de sus zapatos, se arregló y bajó los 7 pisos que la separaban de la calle. Al salir una gigantesca ola la arrastró consigo. Trató de nadar pero la potencia de las aguas la estrellaron contra un muro desnucándola.

María Pilar

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