jueves, 15 de julio de 2010

El mar: de nostalgias, de noches no vividas. Te ibas. Me iba. Te perseguía. Me perseguías. Frente a frente. La oscuridad. La luz. Los tambores. El ruido me estaba consumiendo. Te detuve. –Esto es lo que quiero-. Sonreíste. –Ansío sentir el calor del fuego del infierno-. Suplico. Corrías. – ¡Miguel! -. Te alcancé. – ¿No comprendes? Quiero una muerte de eternidad, no eternidad de muerte. ¡Miguel, te ruego! La sed. Mi sed. Mi sed de venganza que luego fue sed de sangre: no me sacia. El todo no me sacia. Necesito la nada. Necesito tu espada-.
En ese preciso momento desenfundé mi espada. Se la ofrecí. Una lágrima cayó sobre el filo. –Hazme el honor. Hazme el honor porque si lo hago yo, sería sucumbir por obra de mi propia locura. Calla los latidos de los corazones que habitan en mí-. Ella arrodillada. Yo empuñaba mi espada en lo alto… Y por fin el silencio dentro de ella. Yo, Miguel, había matado a la muerte.
María Pilar

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