miércoles, 21 de julio de 2010

Matar la muerte

Matar la muerte
Del territorio horizontal de la noche asisto a esta cita del hermano menor de Ella. No traigo temor por que aun es mi víspera. Aguardando su llegada, sabiendo de su puntualidad, inútil sería impacientarme. Con forzada cortesía invito a Harpócarates me deje solo en este silencioso lugar que no necesita murallas, pues los que están dentro ya no pueden salir y los de afuera no desean entrar; alguien ya lo dijo. Curiosamente este territorio que guarda y expande un ensordecedor silencio en alianza con una oscuridad resplandeciente y siendo su feudo Ella no la habita. Sé que la última campanada no traerá aquella sentencia: “vulnerant omnes, ultima necat”, coincidirá su eco con el centelleo del filo de su hoz. “ Soy el espíritu que todo lo niega y no sin motivo, porque todo cuanto existe en la tierra debiera perecer: por lo tanto, sería mejor que nada hubiera nacido”, me retumba esta frase sabiendo que no es de Ella. Lo dijo el Innombrable a un sabio doctor. Sabiendo que no me atreveré, preguntaré: dime negra presencia: ¿Alguna vez haz caminado con otra mano en la tuya, te haz mirado en otros ojos y perderte en tu misma sonrisa, has humedecido tus labios con el sabor de otros, te haz envuelto con el aroma de otra piel? Esos instantes no están en tu ampolleta. Sé que no tendré respuesta. ¡Cómo es posible que en tu inconmensurable andar en el tiempo nada de esto conociste! Es cierto, meditando un emperador romano escribió: “Disfruta cada día de tu vida de hombre, pero no olvides nunca que eres una idea paseando un cadáver”, pero convencido estoy que fuiste Tú, sombra insobornable quien arrojó esas palabras sobre la blanca página para que no quedara muda. Irrumpes en nosotros desde ese mismo inmedible momento, connubio de dos instantes estallando en uno, luego se repetirá en su opuesto: “En un instante pasaremos por el umbral del mundo a una región… llamadla como queráis: desierto, ausencia del lenguaje, muerte o mas simple: el silencio del amor”. Nos acompañas en esa esfera de espera, burbuja que todos habitamos flotando, sin recordar. Conozco de ocasiones frustradas cuando Tú, dueña de la guadaña infalible llegas tarde a la cita. Son aquellas en que tus elegidos prefirieron adelantarse a tu filosa hoz antes que tu voz los llame. Atraviesa aviesa tu delgada elevada y elegante figura, presencia sin sombra ni huellas. Me pregunto; sí duermes qué sueñas, si sueñas que recuerdas, si recuerdas que olvidas. En incontables páginas habitas detenida o viajando. Recuerdo que has quedado en la ciudad de canales y góndolas, en árboles de pie, en el canto de un ave a tu llegada, entre copas y coplas a un padre, en un desatento ciclista, accidentalmente en un anarquista, hasta recurriste a una brújula, y con tu mismo ojo alguien te vio, roja tras una máscara, fuerte, enamorada, en un centroforward que ya no vio el amanecer, en el ruso que decide repasar la futilidad de su vida, en el día de un luso no iluso con muchos nombres, anunciada apareces en una crónica, participas alegre y divertida en un fragmentado cadáver delicioso, en la tarde. Tantas bocas has besado pero aun te quedan labios no besados, avezados, sabios, olvidados. Sentados sobre un anónimo mármol frío nuestro silencio converge en el mismo punto de nuestro mirar. Atrevidamente digo, Tú, ¿enamorada?. Repentinamente estallas en una estridente carcajada de oscuridad tragando esas palabras sin edad. Con lento girar hacia mi siento su mirada sonreír en mis ojos. Y de la memoria de otro emperador romano le recito su última frase: “… tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos…” En ese inmedible instante infinito, le recuerdo: “qué amante no creyó por un instante haber dado muerte a la muerte en un beso clandestino”. Entonces (creo) que maté (a) la muerte.

Tsu na mi

Me llamo Akpalus. Creo ser un ser que nadie cree conocer. Quedé varada en un tiempo-espacio en el que creí dejar de conocerme también. Mucho estuve dormida pero eso no significo que haya dejado de estar ahí. Quizá hasta llegaste a escucharme, sin saberlo vos y sin saberlo yo, culpando a los endiablados juegos que la mente puede tenderte.

Reposo.
Espacio.
Tiempo.
Estimulo.

En principio te sentí casi sin sentirte. Suave y pausado, incluso creyendo en una cierta amabilidad de tu extraña fuerza en no perturbar tan abruptamente mi despertar.
Proporcionalmente al impulso exterior, empezaba a darse lo mismo dentro de mí.
Asimilando el cambio en mi condición y dimensionando en la que me encontraba, fui consciente de la densidad inmensa que me tuvo mecida en tus brazos.
El agua que me abrazaba bailó a mi alrededor. Bailó, si, y me invitó a seguirte el paso.
Lentamente alcancé a dejarme llevar por ese movimiento circular en el que me vi envuelta.
Mis extremidades también empezaron a despertar, palpando el cascarón-pedazo-cósmico que me rodeaba. Estaba ahí, no cabía duda de que realmente estaba ahí. Ya no era parte de mi sueño, era yo misma y solo deseaba enlazarme a ti.

Todo empezó a agitarse con más fuerza y esa agitación fue impulsándome a una desconocida u olvidada superficie. A medida que me acercaba, la velocidad se hacia resplandor, tan resplandeciente que adopte la forma de energía-luz para poder salir.
Y salí. Me llevabas a flote, gigante masa espumosa dispuesta a arrasar toda cosa que se encontrase delante de ti, y así mismo fue. Yo fui parte, y contigo arrasé todo lo que estuvo en nuestro camino. Ambos, estuvimos juntos, por fin, de nuevo… nos tuvimos.

Retrocedimos. Volvimos para atrás. Los dos, unidos, abrazados. Sumidos uno en otro y otro en uno. Me nutrí, me entregué, transmuté luego de ti.

Dragona fui.

Me dejaste en la playa y al tocar la arena, gran parte de mi se elevó nuevamente al cosmos, nuestro cosmos, donde fuimos, somos y seremos -abrazados- una sola luz.
Subí, dejándote unos cuantos vestigios de mi ser para el tuyo. Haciéndote consciente de nuestra existencia toda. Dejándote solo hasta nuestro próximo encuentro, hasta nuestro próximo cambio, nuestra próxima transformación.


*CE*

jueves, 15 de julio de 2010

El mar: de nostalgias, de noches no vividas. Te ibas. Me iba. Te perseguía. Me perseguías. Frente a frente. La oscuridad. La luz. Los tambores. El ruido me estaba consumiendo. Te detuve. –Esto es lo que quiero-. Sonreíste. –Ansío sentir el calor del fuego del infierno-. Suplico. Corrías. – ¡Miguel! -. Te alcancé. – ¿No comprendes? Quiero una muerte de eternidad, no eternidad de muerte. ¡Miguel, te ruego! La sed. Mi sed. Mi sed de venganza que luego fue sed de sangre: no me sacia. El todo no me sacia. Necesito la nada. Necesito tu espada-.
En ese preciso momento desenfundé mi espada. Se la ofrecí. Una lágrima cayó sobre el filo. –Hazme el honor. Hazme el honor porque si lo hago yo, sería sucumbir por obra de mi propia locura. Calla los latidos de los corazones que habitan en mí-. Ella arrodillada. Yo empuñaba mi espada en lo alto… Y por fin el silencio dentro de ella. Yo, Miguel, había matado a la muerte.
María Pilar
Fue él. –Parece que nos vamos a encontrar en el infierno muy pronto- pensó. Ella huyó porque quería. Huyó porque no pudo disipar los gritos de aquella noche. El cuarto. Los besos. Los abrazos. Las caricias.-No quiero-. Él tenía sed de ella. Insistió. – ¡Basta!-.Siguió.-Tranquila, yo te cuido- -¡No! quiero salir de acá. Vamos-. ¡Nos quedamos acá! La tomó del brazo con fuerza. – ¡Soltame!- él la arrojó a la cama. Ella gritaba. Intentaba zafarse. Él la agarraba de las muñecas, aferrándola contra la cama. Ella pateaba estremecida del miedo. Él empezó. Ella gritaba. Él seguía más rápido. Ella lloraba. Él continuó más rápido, con rabia. Con rabia y una clase de amor que no era amor. Él tenía sed de ella. Sed de su dolor. Dolor que lo saciaba. Acabó satisfecho. La ropa en el piso. La ropa rasgada en el piso. Ella suplicó que la llevara a su casa.
Ella huyó. Huyó de esa noche. Juntó todo lo que tenía y fue a vivir del otro lado del mar. La verdad es que nunca lo pudo olvidar. Deseaba nunca en la vida volver a cruzarse con él.
Vacaciones de visita a sus padres. Coctel con amigos en un hotel y el pasado, 5 años después, la había encontrado de vuelta. Ella miraba en dirección opuesta, trató de ocultarse detrás de sus amigos. Algo estiró de su brazo. Él se acercó a saludarla. Elogio su belleza intacta a través del tiempo. Ella simuló esta a gusto con el encuentro y después de un poco de conversación él la invitó a pasear el fin de semana. Sin explicarse por qué, ella accedió.
Vestido violeta. Medias en red, zapatos con taco de metal y un sobre todo negro. Sonó el timbre. Fueron a almorzar a un hotel céntrico, cuyo restaurant estaba en la terraza desde donde se tenía una vista de la bahía del Rio Paraguay.
-Así que desde tu departamento tenés esta misma vista- dijo ella. – Sí, muy hermosa vista en verdad- Me gustaría conocer esa vista- continuo ella. – Cuando quieras-. -Vamos ahora, ya que está cerca de acá-.
Vino. Mucho vino. Besos. Caricias. -Un momento, tengo un regalo para vos- dijo ella. Fue a buscar su cartera. Sacó algo negro. Sacó una 38 envuelta en un pañuelo de seda negro. El revolver de color plateado resplandecía. Revolver que perteneció a su padre. Revolver que buscó esa misma noche que se había encontrado con él.
Él gritó horrorizado. -¡Callate!- exigió ella. -¡Callate o te mato ¡Callate o te mato hasta que te mueras! Él imploraba. Disparo. Un disparo en el estómago. –Te dije que te callaras- La sangre corría lentamente hasta llegar al piso. –Eso fue por el pasado-. Él empezó a gritar de nuevo. – ¿Como te atreves dirigirme la palabra después de lo que me hiciste?-. –Eso fue hace años y no fue nada. Éramos novios-. -¡Hijo de puta!-. Él en el suelo desangrándose. Patadas en la cara. El taco de metal se incrustó entre sus los pómulos y la mandíbula.
Ella contemplaba el cuerpo agonizante sin culpas. Estaba feliz. Esa escena era como la que había soñado a lo largo de los años. El olor a pólvora. El olor a sangre. Todo sacio su sed. Esperó hasta el último suspiro. –Si me encuentran me declaro inocente. Inocente de intentar salvar tu vida- dijo con una sonrisa al contemplar el cadáver frio con la mirada perdida en el vacio. –Sin dudas, tu muerte fue deliciosa-.
Limpió cuidadosamente la sangre de sus zapatos, se arregló y bajó los 7 pisos que la separaban de la calle. Al salir una gigantesca ola la arrastró consigo. Trató de nadar pero la potencia de las aguas la estrellaron contra un muro desnucándola.

María Pilar

miércoles, 14 de julio de 2010

MUERTE

Matar a la muerte
Tan plácidamente
Sentir que sopla
Mientras me señala.

Como algún suspiro
Que no dice nada
Yo le digo: "Muerte"
Y empieza su hazaña.

Me mira, partida
-mil veces partida-
Me invita a algún sitio
"un poco mejor".

Intento frenarla
Le invito una cena
Un poco de vino
Y me dice que no.

Tras un movimiento
Quise malherirla
Me miró a los ojos
(y dijo que no).

Que cene tranquilo
Que no tiene apuros
Pero que esa noche
Con ella me voy.

En escalofríos
Susurré un viejo nombre
De aquel que algún día
A la muerte venció.

Me dijo que nada
Podrá ser tan grave
Y que en esa noche
Con ella me voy.


Jorge Coronel